
«Me sentí liberada […] de mis ideas preconcebidas sobre lo que debía ser el arte. Me di cuenta de que, en realidad, no existía ningún criterio absoluto de arte al que debía ajustarme, y que todos los criterios existentes tenían su origen en los artistas. Por consiguiente, dependía de mí definir o desarrollar mis propios criterios»
Adrian Piper
Dependía de mí y se convirtió en una preocupación para mí. ¿Podía fijar criterios válidos, reales, pero sin necesidad de legitimación de la institución arte, sobre la forma en la que desarrollo cada proyecto, sobre la forma en la que lo muestro y los límites que marcan lo que es la pieza y lo que no es la pieza? Para mí, empezar a trabajar con prendas de vestir se convirtió en punto de partida para afrontar estas cuestiones.

Para empezar, me encontré con una técnica nueva que me hizo enfrentarme a conceptos como la destreza, el aprendizaje, el error, la prueba, la improvisación… de forma más crítica. Intentar entender la técnica como un proceso continuado y no lineal, no definido en un marco temporal específico ni por unas habilidades concretas: la técnica igual, simplemente, al hacer. El error y la prueba no existían, todo se incorporó al resultado final, elementos de un proceso, como también los diferentes estados mentales de concentración, nerviosismo, disfrute o hastío que experimentaba durante el mismo.

A continuación, llamó mi atención cómo se situaba mi cuerpo en el espacio con el bordado, generando espacios mixtos, al modo de una deriva, frente a los espacios cada vez más especializados, más orientados a una única función, que nos rodean. No necesitaba encerrarme en un espacio privado/taller/casa, podía hacerlo en cualquier sitio, insertándome como elemento extraño a varios contextos durante el mismo proceso de realización de la pieza. Podía trabajar en él mientras escuchaba una conferencia, mientras asistía a una asamblea, mientras charlaba con alguien o me sentaba con mi perro en el parque.
Me di cuenta de que así me hacía más accesible, y no sólo por estar en un espacio público, sino también por estar en él de una forma determinada, con un ritmo y una atención diferentes hacia lo y las que me rodeaban. Experimentaba el bordado, la costura, como una especie de recogimiento colectivo, una situación a la que las demás se acercaban.
«Al mismo tiempo que abandono las técnicas artísticas tradicionales por las posibilidades plásticas de mi propio cuerpo, parece que tengo que abandonar también las inquietudes estéticas encerradas que me motivaban: (1) como ser humano, cualquier identidad que pueda asumir parece depender en gran medida de mi interacción con otros seres humanos. Y al igual que me defino como individuo parcialmente en función de cómo afecto a los demás, definirme a mí misma como objeto artístico parece requerir, de modo similar, ver hasta qué punto ejerzo un efecto sobre los demás; (2) […] paso a ser idéntica a la obra de arte […]: como objeto artístico, quiero simplemente mirar fuera de mí misma y ver el efecto de mi existencia sobre el mundo en general».
Adrian Piper

Llevar la pieza una vez realizada me permitió otra forma expositiva que necesariamente también me atravesaba. Una vez hibridado el espacio, quedaba hibridar e hibridarme yo misma. No considero, sin embargo, que se trate de una performance. Creo que el tratarlo como una performance genera todavía demasiados límites: el tiempo de la performance, el espacio en el que se realiza, la figura del artista que la planifica y lleva a cabo frente a los espectadores que asisten o incluso intervienen. No hay un sentido a priori, un efecto a conseguir, un objetivo concreto. De esta manera puedo hablar de lo que he hecho sin que se considere una obra de arte, sin que aquellos con los que hablo se consideren espectadores, ni a mí una artista.
«La adolescencia es una categoría recientemente creada por las exigencias del consumo de masas».
Tiqqun, «Primeros materiales para una teoría de la jovencita«
Con la costura descubrí también un imaginario nuevo, muy pensado todavía como una actividad bastante inútil, un entretenimiento, de aquellas definidas como «madres» o «abuelas» (hablando del imaginario general, obviamente, con todas las excepciones que siempre hay). El imaginario de la juventud lo ha absorbido todo, y siempre hemos de parecer y sentirnos “jóvenes”, y también evitar todas aquellas actividades que puedan hacer pensar que no lo somos. A raíz de comentarios sobre mi actividad bordando, sobre el hecho de llevar la bata puesta un día cualquiera, he pensado también en qué significaba sentirse o considerarse “viejo”, o, simplemente, “no joven”, en contraste con “joven”, un concepto tan ligado a la adolescencia. Tenemos el derecho (o incluso el deber) de sentirnos “siempre jóvenes”, pero no tenemos derecho (o motivos) para sentirnos “no jóvenes”: eso significa automáticamente sentirte cansado, aburrido, sentir que has perdido la curiosidad y la capacidad de descubrimiento y, sobre todo, la capacidad de acción. No hay suficientes elementos para desarrollar un imaginario positivo de las personas «no jóvenes», y no lo hay porque la mejor consumidora es la jovencita, con sus inseguridades, sus deseos volátiles, su velocidad.
Así, no vieja, pero tampoco joven, me pongo en circulación, inseparable de lo que hago, pero no como marca, como objeto de consumo, sino como nodo, como elemento perturbador y perturbable. Porque el arte salvaje es posible.
